Muerte de un fantasma, de Margery Allingham (1934) #AlbertCampion6

La ambición de un artista

John Sebastian Lafcadio es uno de los más grandes pintores de la época eduardiana (período que comprende desde 1901 a 1910). Su ambición no tiene medida, y sus ganas de que su nombre no sea olvidado, tampoco. Por ello, idea un juego de la mano de su mujer Belle por el cual dejará pintados una docena de cuadros que irán saliendo a la luz a razón de uno por año tras el día de su fallecimiento. Esta anécdota es tan solo el arranque de una de las mejores novelas de una de las damas de la edad de oro de la novela de detectives inglesa: Muerte de un fantasma.

Ya sabréis que Margery Allingham está considerada como una de las grandes de la novela de detección clásica gracias a su serie protagonizada por Albert Campion, un detective con una posición acomodada que no necesita trabajar para vivir. Tal vez por eso se lance a resolver misterios cuando se le insta a ello. Uno de los puntos fuertes de sus novelas es la confrontación de clases sociales que suele incluir, y sus increíbles protagonistas femeninas; personajes con mucho más carácter e interés que los masculinos.

Margery Allingham

Novela enigma

No tardaremos en tener a nuestro primer muerto en escena: Tommy Dacre. Un artista al que alguien, aprovechando un apagón en medio de una fiesta, le clava unas extravagantes tijeras en el pecho. Todas las sospechas recaen de forma automática en su pareja, Linda (nieta del gran Lafcadio). Los motivos son claros. Y es que su querido Tommy ha regresado a Londres con una joven a la que ha convertido en su esposa para que pudiese residir en el país como modelo para sus obras. Esto, sumado a que no dejan de acusar a la pobre mujer de sufrir de histeria, son el caldo de cultivo ideal para que todas las miradas se posen sobre ella.

A medida que avanzamos en la lectura de la novela descubriremos que este crimen es tan solo una de las piezas del enorme puzzle que nos despliega Alligham para que su detective Albert Campion pueda llevar a cabo la investigación de la mano del inspector Stanislaus Oates. Todo el entramado que construye en torno a la figura de Lafcadio, el tráfico de arte, las falsificaciones y el negocio que implica es sorprendente.

Y es que cada vez tengo más claro que, dentro de las novelas de misterio clásico, cuanto más se aleje el golpe de efecto inicial de la trama que después tiene verdadero peso, mejor es. Y por el sencillo motivo de que el crimen es un elemento para atrapar al lector (un asesinato enrevesado, con muchos sospechosos o en un lugar de difícil acceso), pero lo que de verdad le interesa al autor es contar todo lo que hay detrás de ese minúscula parte de la historia.

Un capítulo memorable

No quiero dejar de destacar dos elementos que me han llamado la atención por encima del resto.

En primer lugar, la gran cantidad de personajes femeninos que aparecen en la novela. Sí, lo sé, la autora es una mujer. Pero eso nunca es sinónimo de feminismo en las obras. Tenemos de todo: desde piradas que te dejan con la boca abierta al afirmar que son capaces de ver el aura de sus amigas, hasta el personaje de Belle (la mujer de Lafcadio) que es sencillamente delicioso.

En segundo lugar, el penúltimo capítulo. Sin dar demasiadas pistas, porque es donde se resuelve toda la novela, Allingham describe un estado de intoxicación etílica con una maestría que te deja con la boca abierta. Desde los saltos temporales en la mente del afectado, hasta el empleo de repeticiones y puntos suspensivos en el texto que dan buena cuenta de las dificultades para encadenar ideas por parte de ese personaje. Es uno de esos capítulos que sé que se quedarán grabados en mi retina cuando recuerde esta obra.

«Contar los arcos. Contar los arcos. Contar los arcos.

Uno, dos, tres, y tres más, y tres más, y cuatro, y… Uno y dos más y tres y seis… Doce, trece, catorce… Otra vez uno, uno y dos…

Estiró la mano para poder contar mejor. A lo lejos se oía el ruido producido por el tren.

Uno y dos y cinco más…Uno…

Algunas personas lo miraban; unas reían, otras se mostraban nerviosas.

Un arco otra vez, y dos… Tenía que acercase un poco más…

El tren rugía ya… más cerca, y más cerca y más cerca…

Muerte de una fantasma, Margery Allingham, página 285
Little Venice, lugar donde transcurre gran parte de la trama

Conclusión

Hacía años que no leía una novela de la autora. Cuando la Editorial Impedimenta rescató dos de sus obras para su catálogo, me lancé a leerla desde el inicio. Y aunque me gustó, reconozco que no llegó a enamorarme. Tengo algunas de sus novelas pendientes de leer, y hace unas semanas decidí ponerle remedio.

Me lancé a por esta porque era la que me tocaba de la serie (ya sabéis que lo de seguir un orden en las series es algo que me apasiona y obsesiona a partes iguales). No tenía ni idea de cuál era el argumento, y me ha sorprendido gratamente la ambientación y el desarrollo de la trama. No recordaba ya la complejidad de las novelas de Allingham y la importancia que le da tanto a la exposición de la investigación como al pulido del texto: el estilo está supeditado a la trama, pero no por ello deja de estar cuidado.

Las tramas relacionadas con el mundo del arte son algo que me atrae como una polilla a la luz. No sé si es debido a mi formación o al planteamiento en sí de las tramas. Pero esta pasa directamente a mi podio de mejores novelas sobre este tipo de historias. Es original, enlaza un montón de ideas y de hilos argumentales y entretiene. Su construcción de personajes es excelente, y es imposible no encariñarte con algunos de ellos.

Título: Muerte de un fantasma (Death of a ghost)
Autora: Margery Allingham
Traductor: Jorge Ferreiro
Editorial: Novaro (1968)
Año de publicación: 1934
Número de páginas: 300

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