Las cinco mujeres, de Hallie Rubenhold (2019)

La culpa fue de ellas.

Peter Sutcliffe, el apodado como Destripador de Yorkshire, asesinó a trece mujeres entre 1975 y 1980, y agredió a otras siete. La policía y la prensa centraron su investigación en torno a que era un asesino de prostitutas. El revuelo se produjo cuando apareció su quinta víctima, Jayne MacDonald, una estudiante de clase media. Una chica normal de 16 años, no una prostituta como el resto.

En noviembre de 2017 el tribunal al cargo del juicio contra José Ángel Prenda Martínez, Alfonso Jesús Cabezuelo Entrena, Antonio Manuel Guerrero Escudero, Jesús Escudero Domínguez y Ángel Boza Florido —más conocido como el Caso de La Manada— aceptó como prueba una publicación en Instagram de la demandante. En dicha imagen podía verse una camiseta vestida por un maniquí con el logo «Hagas lo que hagas, quítate las bragas».

En 1888, Polly, Annie, Elizabeth, Catherine y Mary Jane fueron asesinadas y evisceradas en las calles del londinense barrio de Whitechapel. Todas ellas fueron asesinadas por la noche, y debido a ello se les colgó la etiqueta de «prostitutas» casi de un modo inmediato.

Todas estas mujeres han tenido algo en común: se ha puesto en tela de juicio su papel de víctimas. Si eres prostituta, te expones a que te puedan violar o matar. Si te metes en un portal con cinco hombres, te expones a que te puedan violar o matar. Si estás sola por la calle de madrugada, te expones a que te puedan violar o matar. La responsabilidad recae en la víctima, liberando de ese peso a quien comete el crimen. Porque si no hubiese sido por culpa de ellas, ellos no las habrían atacado.

Whitechapel

Ser mujer en el Londres victoriano.

Hallie Rubenhold en el ensayo Las cinco mujeres realiza una investigación exhaustiva para conocer a las víctimas canónicas de Jack el Destripador. Dónde nacieron, cómo fue su entorno familiar, qué se torció en sus vidas para verse en plena calle una noche de 1888.

Antes incluso de que hubieran pronunciado sus primeras palabras, se las consideraba menos importantes que sus hermanos y eran más una carga para el mundo que sus contrapuntos femeninos con más dinero. Nunca tendrían los ingresos de un hombre; por tanto, su educación era menos importante.

Página 353.

Si eras mujer de clase baja en el Londres victoriano tu única opción de vida pasaba por buscar la protección de un hombre. Si no estabas casada, se te consideraba una marginada, defectuosa, lo que se asociaba a una dudosa moralidad y a una sexualidad impura. Si te casabas, debías aceptar ese contrato de por vida, ya que el sueldo que podía llegar a ganar una mujer de forma individual no daba para poder sobrevivir. Si había tenido hijos, la situación empeoraba. Si tu marido te abandonaba (o tú a él), la mejor alternativa era irte a vivir con algún pariente para poder sobrevivir, pero no siempre existía esa posibilidad.

No era raro ni poco habitual que una mujer se viese sin un techo bajo el que vivir. De nuevo, la mejor opción era buscar la protección de un hombre. En caso contrario, te exponías a la violencia sexual de tus compañeros de albergue o de acera. La concepción y su prevención era responsabilidad de ellas. Los embarazos ilegítimos eran ilegales. Por lo que si tenías un hijo fuera del matrimonio (fuese de una pareja estable o de una violación) podías acabar en la cárcel.

Un retrato de la sociedad de clase baja.

Podría poner ejemplos hasta el infinito de lo que nos narra Rubenhold en este libro. Con todas estas situaciones nos ayuda a comprender cómo era ser una persona de escasos, o nulos, recursos en el Londres de la época. Y el agravante que implicaba si encima eras mujer. Obviamente, habría excepciones. Pero cuando las instituciones, las fuerzas del orden y la legislación iban en su contra casi constantemente, resultaba complicado poder salir adelante.

Puede que la vida que más me haya impactado sea la de Elizabeth, una joven sirviente sueca a la que no le ayudó contraer sífilis. Las humillaciones a las que se la sometió por este motivo resultan impactantes.

Culpabilización de la víctima.

Si en pleno siglo XXI se sigue preguntando a las víctimas de violación si se resistieron lo suficiente, qué no ocurriría en el siglo XIX. La situación no tiene por qué ser peor, pero teniendo en cuenta la ausencia de protección y de derechos que las clases menos pudientes sufrían, la cuestión de género no ayudaba a mejorarlo. En cualquier caso, este ensayo señala algo que por fin empieza a cuestionarse: la culpa de la víctima. No importa tu estatus social, tu forma de vestir, las horas a las que transites por la calle. Si te asesinan, la culpa es de tu asesino. Punto.

La adjudicación de la etiqueta de prostitutas a estas cinco víctimas resta valor a sus vidas de forma automática. No es tan grave que las destripase, que las degollase. Tan solo eran prostitutas. Personas sin valor para la sociedad. Despojos. Con este ensayo se trata no solo de dar visibilidad a ese problema, sino también hacerles justicia a cinco personas cuyo único error fue encontrarse en el lugar en el que alguien decidió acabar con la vida de quien estuviese delante.

Título: Las cinco mujeres (The Five: The Untold Lives of the Women Killed by Jack the Ripper)
Autor: Hallie Rubenhold.
Traductora: Mónica Rubio.
Editorial: Roca (2020).
Año de publicación: 2019.
ISBN: 9788418014949.
Número de páginas: 432.
Ficha del libro en la web de Roca: https://www.rocalibros.com/roca-editorial/catalogo/Hallie+Rubenhold/Las+cinco+mujeres

2 comentarios sobre “Las cinco mujeres, de Hallie Rubenhold (2019)

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  1. Hallie Rubenhold no propone que todas las víctimas canónicas no hubiersen ejercido el meretricio al tiempo de ser asesinadas en el año 1888 en el villorrio de Whitechapel, este de Londres, pero sí postula que tres de aquellas infortunadas féminas nunca fueron prostitutas, y también asegura, contradiciendo las pruebas forenses y testimonios registrados en encuestas judiciales, que su asesino las ultimó mientras dormìan en las calles.
    Admite que Mary Kelly y Elizabeth Stride sin duda lo eran, pero niega tal oficio a cargo de las restantes: Polly Nichols, Annie Chapman y Catherine Eddowes.
    La historiadora se ha quejado de haber recibido insultos machistas en las redes, e incluso amenazas.
    Si así ocurrió, por cierto que tal actitud en su contra es inaceptable y merecedora del mayor repudio.
    Sin embargo, no podría menos que destacarse que firmes evidencias surgidas de las encuestas judiciales instruidas por los decesos de estas occisas contradicen la hipótesis de venimos comentando.
    En el caso de Polly Nichols y de Annie Chapman parecería haber prueba irrefutable de que al momento de ser asesinadas estaban practicando su único medio posible de supervivencia.
    La sugerencia de la historiadora de que estas mujeres fueron sorprendidas por su asesino mientras estaban dormidas en plena calle, y el criminal aprovechó esa indefensión para matarlas no se sostiene.
    En la pertinente encuesta judicial de Polly Nichols, por ejemplo, luce la declaración de su amiga la reconocida meretriz Emily «Ellen» Holand, quien describió su conversación con la víctima momentos previos a ser esta encontrada muerta en la madrugada del 31 de agosto de 1888. Mary Ann Nichols le mencionó a su amiga «Tres veces obtuve los cuatro peniques necesarios para pagar la cama, y las tres veces me los bebí».
    Cuatro peniques, como es sabido, resultaba el importe que valía una cama de alojamiento en las malhadadas pensiones de ese distrito londinense. Pese al ruego de Ellen de que no se siguiera arriesgando y volviera al alojamiento junto a ella, pues ya eran las 2 y 30 de la madrugada, Nichols, muy ebria ya, se negó alegando que estaba segura que iría a conseguir los clientes precisos para lograr el dinero que costaba el lecho.
    A su vez, también consta en la encuesta judicial que unas horas antes se había ufanado ante el suplente del encargado de su pensión del sombrerito nuevo que llevaba puesto, diciéndole que estaba segura de hallar clientes esa noche, pues se creía muy deseable y mejor vestida que de costumbre.
    «Esta noche será mi noche de suerte, mira que lindo sombrerito llevo», expresó Polly, según surge consignado en las actas judiciales.
    Por su parte, por solo citar una evidencia de que la víctima Annie Chapman, movida por la necesidad extrema, ejercía en sus momentos finales el oficio más viejo del mundo, baste con señalar que su cadáver fue hallado tendido, con sus terribles mutilaciones expuestas, en un callejón de la calle Hanbury donde las meretrices practicaban su oficio llevando allí a sus clientes..
    El caso de Catherine Eddowes, admito que podría ser más dudoso, aunque no hay dudas de que fue vista por tres hombres hablando con un posible cliente instantes previos a su asesinato en la plaza Mitre.
    No obstante ello, en la instrucción judicial por su óbito su pareja John Kelly y otros conocidos negaron que ejerciera la prostitución y, de hecho, había arribado a Whitechapel poco antes del 30 de septiembre de 1888 donde sería ultimada de manera atroz. Antes había estado, con su pareja John Kelly, segando lúpulo en la ciudad de Kent, labor zafral que le permitió disponer de unos chelines que ya había gastado, sobre todo bebiendo alcohol, en su estancia al distrito del este de Londres.
    En realidad Kate había acudido allí con el propósito de requerir dinero prestado a su hija casada, en la creencia de que la misma aún se afincaba en esa localidad.
    Empero, la joven se había mudado bastante tiempo antes, como Eddowes descubrió con disgusto al llamar a la puerta de la vivienda donde suponía que aquella residía. Se especula que la hija estaba harta de los pedidos de dinero de su madre y deliberadamente le proporcionó una dirección falsa.

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  2. La teorìa de Hallie Rubelford no tiene fundamento. Si víctimas de Jack the Ripper, como sucedió en el caso de Catherine Eddowes y de Elizabeth Stride, verdaderamente hubiesen sido eliminadas cuando yacían acostadas durmiendo, habría que descartar testimonios que parecerían irrefutables, pues quedó constancia de ellos en las encuestas judiciales y en artículos periodísticos que dieron cuenta de haberse observado a estas mujeres, mientras estaban -obviamente- despiertas, dialogando con diversas personas, o siendo agredidas, instantes previos a ocurrir sus decesos.

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