La viuda señora Herriot acude a recoger a su hermana al puerto de Nueva York. Llevan 25 años sin verse, desde que recién casada Madge partió para Francia con su marido. Tan solo se tienen ya la una a la otra en el mundo, y los nervios de la señora Herriot son notables. 25 años son muchos, e incluso teme no reconocerla. La señora Belleforte baja del barco, ambas se abrazan… y desde el primer momento descubrimos las diferencias que existen entre ambas. Sharley Herriot es una mujer tranquila, sosegada, una ama de su casa, una mujer a la que no le gustan las grandes emociones. Madge Belleforte es todo lo contrario: vitalista, con una enorme energía, con ganas de reunirse con amigos y de divertirse en la Gran Manzana.
Después de que Madge convence a su hermana de que paren a tomar unos combinados antes de partir hacia la casa de Sharley en las afueras, finalmente llegan a la mansión. Madge se instala, sube un rato a descansar a su habitación. Pero cuando llega la hora de la cena descubren que Madge está en la calle. Concretamente tirada sobre el pavimento. Muerta.
Sharley está horrorizada. El cuerpo de su hermana tirado en el suelo, con la posibilidad de que indiscretas miradas puedan observarlo. El doctor Filson trata de tranquilizarla, pero Sharley tan solo quiere llevarse a Madge dentro de la casa, tumbarla en la cama, dejar de verla en el empedrado de la calle como si fuese un despojo. Filson trata de hacerla entrar en razón, no deben tocar el cuerpo, es lo que indica la ley. Finalmente llega la policía y pregunta a Sharley si reconoce a esa mujer. Y la señora Herriot contesta que no, que no la había visto en su vida. Los sirvientes de la familia escuchan lo que ha contestado, y para tratar de protegerla todos responden negativamente ante la pregunta de si saben de quién se trata. ¿Qué está pasando? ¿Por qué no ha contado la verdad y se niega a identificar el cadáver de su hermana?
Este es tan solo el comienzo de una serie de acontecimientos de lo más inverosímiles. Sin embargo, hasta pocas páginas cerca del final, la novela funciona. Los motivos que Sharley Herriot alega para no confesar la verdad, resultan creíbles. Y la disparatada trama que viene a continuación tratando de suplantar la identidad de Madge Belleforte con su sobrina, resulta convincente.

Creo que uno de los fallos que le he encontrado es la aparición de fuerzas del orden en ella. En las novelas de Sanxay Holding es común que sean los propios protagonistas los que llevan las riendas de la investigación y que la policía no suela aparecer involucrada. Quizá cuando ya está resuelto el misterio, al final de la obra. Pero no antes. La introducción de un agente en escena entorpece un tanto la fluidez, porque está claro que la autora no se documentó previamente acerca de los procedimientos policiales.
En cualquier caso, el desenlace creo que hace que la historia se desinfle por completo en el último capítulo. Creo que fue un intento loable de tratar de escribir una novela más procedimental, pero lo que de verdad le funciona es la parte inicial en la que ahonda en la psicología de los personajes. En su forma de pensar, de reaccionar, de sentir. Y es que precisamente ahí radica una de las mejores partes de esta obra. Sharley siempre ha sido una de esas mujeres que han requerido de la opinión de un hombre para tomar las decisiones relevantes de su vida. Nunca ha tomado las riendas de su destino, y toda la serie de acontecimientos que se suceden en el libro harán que por primera vez Sharley se sienta viva. Muy asustada, pero viva.
Un cadáver en la calle no es una mala novela, pero desde luego no alcanza la calidad de La pared vacía o de Miasma. Este libro es casi imposible de encontrar en castellano. Tanto, que el ejemplar que yo he podido leer ni siquiera es mío. (Gracias, Juan Mari Barasorda por el préstamo).
Título: Un cadáver en la calle (The old battle-ax). Autor: Elisabeth Sanxay Holding. Traductor: H. G. Granch Editorial: Molino (1949) Año de publicación: 1943. Páginas: 79.