Lucia Holley lleva una vida que a primera vista podría parecer acomodada. Vive en una buena casa, con dos hijos bajo su responsabilidad y la compañía de su padre para hacerle la vida más llevadera. Incluso cuenta con la ayuda de Sybil, una empleada del hogar que le ayuda tanto en la compra como en las tareas del hogar. Sin embargo, la vida de Lucia está vacía. Nos encontramos en pleno desarrollo de la II Guerra Mundial. El marido de Lucia, Tom, se encuentra luchando por su país en algún lugar del pacífico. Y el único contacto que Lucia mantiene con él desde hace tres años es a través de insulsas y descafeinadas cartas. Quizá lo más emocionante de la vida de Lucia sea la rebeldía de su hija Bee. Ha comenzado a salir con un hombre mucho mayor que ella que además está casado con otra mujer. Pero el hecho de que el señor Darby sea alguien relevante en el mundo del arte hace que Bee se mantenga ciega a todo lo malo que parece traer esta relación.
Lucia prohibe a su hija que siga viendo a este hombre, y una noche el propio Ted Darby se planta en la casa de la familia Holley. Bee le ha llamado para poder explicarle en persona que su madre le prohibe volver a verle, pero Lucia se niega incluso a que le dé ningún tipo de explicación. Tras una fuerte discusión entre madre e hija, el padre de Lucia sale a explicarle al situación a Ted. Trata de dejarle todo tan claro que incluso le propina un empujón que acaba con los huesos de Darby en las aguas poco profundas del muelle cercano a la casa.
A la mañana siguiente Lucia se levanta temprano como cada día para coger una de sus barcas, remar unos cuantos metros y nadar en mar abierto. Sin embargo, en la lancha motora descubre un hombre tendido boca abajo. Sí. Se trata de Ted Darby. Y está muerto.
La mente de Lucia trabaja a toda velocidad. El empujón que su padre le dio a Darby debió hacerle caer en la lancha, y Ted tuvo la mala suerte de dar con su garganta contra el ancla. No puede dejar que la policía crea que se trata de un asesinato intencionado, y que su anciano padre termine sus días entre rejas. Así que decide coger la lancha y deshacerse del cadáver. Todo parece haber tenido una rápida y efectiva solución hasta que los amigos de Darby empiezan a remover el asunto tras notar la desaparición de su amigo. Y para colmo de males, unas comprometedoras cartas de amor entre Darby y Bee entrarán en juego.
Después de contaros todo esto, ¿qué pensaríais si os dijese que no estáis ante una novela negra? Sí, tenemos un muerto. Sí, tenemos una búsqueda de dicho muerto. Y un chantaje. Y mentiras y ocultación de la verdad. Sin embargo, esta novela no va sobre nada de esto. Lucia es una mujer que en su momento escogió el camino más sencillo. Sus sueños eran fáciles de alcanzar, y consiguió cumplirlos en poco tiempo. Conoció a un hombre que la hacía feliz, se casó con él, se fueron a vivir a una preciosa casa y dio a luz a dos hijos. Hemos llegado a la meta. Sin embargo, su marido es llamado a filas y ella debe quedarse sola para cuidar de su familia. Su padre se instala con ellos para hacerle las cosas más fáciles, pero eso también implica que debe cuidar de él. Debe seguir con su vida mientras su marido se juega la vida cada día, mantener la estabilidad emocional de la familia, alimentarlos con lo que permiten las cartillas de racionamiento y los huertos de la victoria, y todo ello hacerlo con una sonrisa en la cara porque debe ser una madre y ama de casa perfecta.
DATO CURIOSO: Los denominados «huertos de la victoria» nacieron en 1917 como «Jardines de Guerra» para abastecer a las familias de los países implicados en la I Guerra Mundial. En la II Guerra Mundial fue cuando adoptaron el nombre de «Huertos de la Victoria» debido a las campañas propagandísticas en las que instaban a las familias a plantar sus propias verduras con frases como «Jardineros de la guerra para la victoria: Cultiva vitaminas en la puerta de tu cocina» o «Plante las semillas de la Victoria: Cultive sus propios vegetales». Gracias a esta iniciativa el 40% del consumo de vegetales provenía de este tipo de huertos y se salvó de la hambruna a más de 20 millones de hogares tan solo en EE.UU.
La narración en tercera persona combinada con diálogos interiores en primera nos muestra la realidad de Lucia y de lo que implicaba ser una mujer en los años 40. Las cartas que escribe a su marido no pueden ser íntimas porque tanto las que él le escribe a ella, como las que ella le escribe a él, deben pasar un filtro y una censura, y ninguno podía expresarse con libertad. La relación con sus hijos es complicada, entre la rebeldía de su hija y el miedo que empieza a crecer en su hijo de ser llamado a filas. Y entre este caos en su vida, las reflexiones que encontramos en cada página de lo que supone ser mujer en esa época son impactantes y denotan una valentía increíble.
«¿Por qué se dice ‘ama de casa’? ¿Cómo me llamaría si viviéramos en un hotel? Nadie escribe nunca ‘esposa’, ni siquiera ‘madre’. Por lo visto, si no tienes un empleo o no tienes una casa, no eres nada. Ojalá fuera otra cosa. Además de ama de casa, quiero decir. Ojalá fuera modista, por ejemplo. Los niños me valorarían mucho más si fuera modista. Y puede que Tom también.»
Siempre se afirma que la novela negra es la novela de denuncia social por excelencia. Y si atendemos a la etiqueta de novela negra que se le ha dado, se cumple esta premisa. La trama de intriga es la que en principio puede resultar más llamativa para seguir leyendo, pero a las pocas páginas descubriréis que es tan solo una excusa y que donde se encuentra la esencia de la novela es precisamente en el interior de Lucia. En su forma de pensar y de actuar. En su fuerza. Tiene muchos puntos en común con lo que nos transmite Virgina Woolf en Una habitación propia acerca del espacio que nos ha sido robado a las mujeres durante siglos, esa falta de privacidad y ese reclamo de nuestra atención por cualquier cosa que no fuésemos nosotras mismas. En La pared vacía hay una escena en la que Lucia trata de buscar un momento de intimidad a solas, y la dificultad que eso entraña, que resulta por completo desolador.

Como no podía ser de otra manera, La pared vacía cuenta con algunas adaptaciones a la gran pantalla. La primera de ellas en 1949 de la mano de Max Ophüls como director (Carta de una desconocida, Atrapados), y de Henry Garson y Robert Soderberg como guionistas. Aunque como película funciona y como adaptación no está del todo mal, no es comparable a la novela. Respecto al argumento, hay leves modificaciones que considero que no son relevantes en exceso. Sin embargo, se pierde el alma de la novela al prescindir de los monólogos interiores de la protagonista. Trata de transmitirnos el estrés que Lucia sufre en su casa a través de una actividad desenfrenada, pero no hay reflexión, no transmite nada más allá que lo que vemos durante el metraje de la cinta, y eso hace que quede coja. No se capta el mensaje. Joan Bennett no consigue calzarse los zapatos de Lucia. Es una película correcta, pero nada más.
En 2001 Scott McGehee y David Siegel crearon un thriller de intriga con acción mucho más desenfrenada, perfecto para el público del s. XXI: The Deep End. Aunque Tilda Swinton está magnífica en el papel de Lucia, de nuevo la cinta se centra mucho más en la trama criminal, dejando a un lado el punto fuerte de la novela. En este caso resulta inevitable por el cambio de época y escenario, pero la cinta merece la pena y es una adaptación correcta.
La pared vacía está considerada como la mejor novela de Elisabeth Sanxay Holding. Así que es una suerte que gracias a Lumen y a la traducción de Matuca Fernández de Villavincencio podamos disfrutar de esta increíble novela en castellano. Por todo ello, es aún más triste que esté descatalogada y que haya que recurrir a las librerías de segunda mano para conseguirla. Por suerte, no es complicado hacerse con un ejemplar. Así que no esperéis a que sea imposible. No os arrepentiréis.
Título: La pared vacía (The blank wall). Autor: Elisabeth Sanxay Holding. Traductor: Matuca Fernández de Villavincencio Editorial: Lumen (2007) Año de publicación: 1947. ISBN: 9788426415943. Páginas: 255.