Calles inundadas.
Elizabeth Marie Pitman regenta una casa de huéspedes en el distrito de las inundaciones de la ciudad de Allegheny, Pittsburgh. Estamos en el mes de abril de 1907 y, tras un largo invierno de frío y nieve, los ríos se llenan de trozos enormes de hielo, de leños y de toda clase de desperdicios. Casi cada año los cauces se desbordan e inundan alguno de los barrios. Los vecinos ya saben lo que toca: subir las pertenencias de valor a los pisos superiores, recoger las alfombras y sacar los botes con los que podrán moverse por las calles en los siguientes días.
Este mes de abril de 1907 no va a ser tranquilo. Jennie Brice, esposa de Philip Ladley, desaparecerá de la pensión de nuestra narradora. Ladley afirma que se ha ido unos días a descansar a otro lugar, pero las discusiones y la mala relación que tenía el matrimonio —más una serie de evidencias sospechosas— harán que Elizabeth sospeche que su inquilina ha sido asesinada.

Rinehart como narradora.
Si en su momento Rinehart me entusiasmó con El hombre de la litera nª10 o La escalera de caracol, creo que con La dama de blanco y negro se ha superado. No solo por lo original de la ambientación o por la brillante trama (de la que no falta un solo cabo por atar al llegar al punto final). Sino sobre todo por su modo de narrar y construir historias.
Sabe medir los tiempos de la narración, cómo dosificar la intriga y cómo enganchar al lector anticipando alguno de los sucesos posteriores del libro. Y creo que una de las artes que mejor domina es la de introducir elementos secundarios —que no de relleno—. Aquí lo emplea, por ejemplo, para ambientar la relación entre los vecinos o la forma de vida del lugar donde transcurre la novela.
No es nada extraordinario hallar los utensilios domésticos flotando en el agua durante la época de las inundaciones. Más de una vez he perdido una o dos sillas, y las he visto después de la inundación, recién pintadas y muy limpias, en la cocina de mi vecina, Molly Maguire. También, de vez en cuando, tenía yo un poco de suerte y recibía el regalo de una casita para el perro o una mesa de cocina, o, como ocurrió una vez, un niñito dentro de una cuna de madera, que se alojó en la cerca de mi casa y había viajado cuarenta millas sin mayores inconvenientes que un resfriado.
La dama de blanco y negro, pag.30
Sentido del humor.
Dos de los elementos que se repiten novela tras novela de Rinehart son la elección de sus protagonistas y el sentido del humor de las mismas. Es habitual que sus narradoras sean mujeres de mediana o de avanzada edad, bien solteras o viudas, que cuidan de sí mimas y que están acostumbradas a resolver solas sus problemas.
Son personajes con agudeza (como podéis apreciar en el fragmento que cito más arriba) que arrancan al lector más de una sonrisa. Responden con ingenio y con un tono mordaz ante la vida, lo que hace que empatices con ellas al instante. Son curiosas, pero sin llegar a husmear más allá de lo normal. Y de esa curiosidad nacen los casos en los que se ven involucradas por azar.

Cómo lo hizo.
Puede que uno de los puntos fuertes de la trama sea no tanto probar quién es el asesino, aspecto en el que todos parecen estar de acuerdo, sino en demostrar que Ladley es culpable. No tenemos cuerpo. Tan solo una serie de evidencias circunstanciales que todo el mundo parece aceptar por válidas. Pero no poseen ni una sola prueba clara de qué ha hecho y cómo lo ha hecho.
Para ello, debemos prestar atención a cada uno de los personajes. Todos tienen un papel en esta historia y cumplen su función. Desde el perro que decide instalarse en la casa hasta la vecina de enfrente. Un libro breve, pero no por ello menos emocionante.
*Esta obra se publicó originalmente por entregas en la revista Everybody’s Magazine, entre octubre de 1912 y enero de 1913. Y no dejo de asombrarme con la fecha de su publicación.
Título: La dama de blanco y negro (The case of Jennie Brice). Autora: Mary Roberts Rinehart. Traductor: J. Roman. Editorial: Acme Agency (1945). Año de publicación: 1912. Número de páginas: 187.
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