Vera Caspary, escritora de ascendencia judía nacida en Chicago, pudo ver pasar con sus propios ojos casi todo el siglo XX. Vivió la Primera Guerra Mundial, el crack del 29, el Nueva York de Broadway y las salas de jazz y la Segunda Guerra Mundial, entre muchos otros sucesos. Y todo ello desde la mirada de una creadora luchadora y reivindicativa que trató de reflejar a las mujeres de carne y hueso a través de su trabajo.
13 de Noviembre de 1899
El día que Vera Caspary llegó a este mundo ni su madre la esperaba. Julia Caspary se había quedado embarazada sobrepasados los 40 años, algo poco común en aquella época. Trató de que un médico le practicase un aborto, pero al negarse decidió no interrumpir el embarazo. La mortandad infantil era elevada, e incluso cabía la posibilidad de perder a la niña en el parto. Vera nació de manera prematura el 13 de Noviembre de 1899, y nadie de la familia y el entorno sabía aún nada. Como consecuencia del frío extremo, no se plantearon llevar al bebé al hospital, y inventaron una incubadora doméstica con un cesto y botellas de agua caliente. Cuando logró salir adelante, su madre, su padre y sus hermanos la mimaron y cuidaron de ella como de un pequeño milagro.
Creció en las calles de Chicago entre asistencias a la escuela dominical y la envidia por la vida social de sus hermanos. En especial, sentía celos por su hermana Irma. Se llevaban 15 años y para ella era un modelo de belleza y elegancia, con su maquillaje y su ropa interior perfumada. Vera veía que la diversión daba comienzo cuando ella se acostaba. Sin embargo, poco a poco fue viendo las cosas de otra manera. Irma acabó casándose tarde y mal, con un hombre que no la trataba bien. Gracias a ello, Vera comprendió que una bonita apariencia no te garantiza nada, y le ayudó a superar los complejos que cargaba a cuestas desde niña.

Otro acontecimiento que marcó su infancia fue que su padre fuese a la quiebra. La economía familiar se vio resentida, tuvieron que mudarse y prescindir del servicio doméstico. A pesar de ello, nunca les faltó un plato de comida en la mesa. Este golpe de realidad le sirvió a Vera para poner en perspectiva qué cosas son en verdad importantes, siempre y cuando tengas lo suficiente para subsistir.
Paso a la edad adulta.
En 1917 se graduó. En 1918 EE.UU. llevaba años sufriendo las consecuencias de la guerra y miles de mujeres se habían lanzado al mercado laboral. En aquella época seguía estando mal visto que ellas trabajasen. Eso implicaba que se trataba de una joven con poco dinero, o que debía ayudar en casa, pero para Vera fue una liberación acudir cada día de 8:30 a 17:30 a trabajar. Pronto entendió que poder tomar las riendas de su propia existencia pasaba por la autonomía económica. No depender de nada ni de nadie más que de ella misma.
Tuvo infinidad de trabajos diferentes, pero con la mirada puesta en la escritura de manera continua. Como taquígrafa, como publicista, o —su principal meta— como reportera. Enviaba su currículum a los periódicos firmando como V. L. Caspary, y respondieron muchas veces a sus solicitudes. Pero cuando comprobaban que era una mujer, nadie la contrataba. Todas las ofertas de reporteros eran siempre para hombres.

En las columnas para mujeres descubrió una oferta a su medida, y consiguió un empleo como publicista en el Chicago Tribune. Fue el primer trabajo en el que sintió discriminación de género: mientras ellas debían entrar a las 8:30, ellos podían llegar a las 9:00 o más tarde. No le importaba tanto cobrar menos que los hombres, pero no soportaba las diferencias en los horarios.
Había comprado una máquina de escribir, y lo único que pensaba a todas horas era en sentarse frente a ella para crear. Decidió dejar la publicidad. No se veía trabajado en eso toda su vida, le dijo a su jefe. Él le preguntó que a qué quería dedicarse. «Quiero ser escritora —respondió. Una escritora de verdad. Escribir novelas, y obras, y comedias musicales. Y tener una casa en propiedad, y casarme y tener hijos.»
Vera Caspary escritora.
En 1924, tras la muerte de su padre, pasó a ser la cabeza de familia y a ocuparse de su madre. Juntas se fueron a Nueva York, a Greenwich Village. Cuando acabó su primera novela se la envió a la agente Anne Watkins. Esta le dijo que estaba bien escrita pero que era demasiado personal. Cuando terminó su segunda novela (The White Girl, basada en todo lo que vio y aprendió en su pequeño barrio de Manhattan), Anne Watkins le dijo que Century Company había aceptado publicarla. La necesidad de escribir la poseyó. Desde ese momento, fue pasando de un trabajo a otro. Solo aceptaba empleos que le dejasen el suficiente tiempo libre para poder dedicarse a la escritura, que le asegurasen pagar el alquiler y poco más.

Sin embargo, la crisis del 29 llegó, y tras ella apenas había formas de ganar un sueldo. Por suerte, el crack no golpeó con tanta fuerza al cine gracias a la llegada del color. Hollywood necesitaba guionistas rápidos y efectivos. Vera tenía muy claro que idear y desarrollar 3 textos a la semana era inviable a menos que te plagiases una y otra vez. Cambiaba a los personajes, los escenarios y algún giro, pero poco más. Le funcionó durante una época, pero al final los estudios detectaron su engaño y fue despedida.
Comunismo.
En los años 30, como consecuencia de la crisis y de haber conocido el lujo y exceso que caracterizaba Hollywood, se interesó por el partido comunista. Se afilió y permaneció durante dos años y medio. Tal fue su interés por sus doctrinas, que decidió viajar a la Unión Soviética para comprobar si era el infierno que condenaban unos, o el cielo que vendían otros. Cuando a su regreso a EE.UU. Stalin pactó con Hitler, Vera abandonó la asociación desencantada y dolida. Aseguró que no desvelaría los nombres de otros miembros, pero que debía alejarse de ese entorno.

Esta afiliación le costó entrar en la lista negra en la época del Macartismo, acusada de roja y viéndose obligada a confesar que había estado afiliada. Se negó a denunciar a ninguno de los miembros del partido, en parte debido a que habían pasado casi dos décadas desde su pertenencia hasta ese momento. Aunque no sufrió graves consecuencias por parte del gobierno, sí que esto dañó su carrera y perdió varios contratos como guionista por este motivo.
Laura
Tras abandonar el comunismo regresó a Hollywood. Aunque no dejaba de repetir que quería ser escritora, no dejaba de trabajar en obras y guiones. Mientras trataba de rematar una obra de teatro, consultó sus dudas con un viejo amigo acerca del argumento y de la estructura. Él le dijo que tenía una gran trama entre manos, que por qué no la convertía en un libro. «Pero es una historia criminal», le dijo ella. A pesar de escribir libretos para cine negro, jamás se había planteado recurrir a este género para una novela. No le gustaba el elemento de engaño que era necesario para sorprender al lector, ni le complacía el arquetipo del detective.
Su amigo le propuso construir una historia al estilo de las de Wilkie Collins, con la narración contada desde varios puntos de vista y con múltiples voces. Así eliminaba la trampa, mostrando al lector todas las cartas, y podía borrar el protagonismo del detective si quería. Buscaba crear una mayor profundidad en sus personajes de la que el género solía ofrecer, y aspiraba a que su protagonista fuese la víctima de un crimen. Una mujer fuerte, independiente, que no necesitase a nadie, admirada y envidiada.

Debido a ello, cuando Otto Preminger destrozó este planteamiento para adaptar Laura a la gran pantalla como una simple historia de detectives, Vera entró en cólera. Estaba claro que Preminger no había comprendido ni el libro ni a su protagonista, y así lo demostró él cuando afirmó que no era un personaje importante de la trama. A pesar de ello, la película tuvo un éxito increíble, pero perdiendo por completo la esencia de la obra. Tal vez por eso, Vera empezó a rechazar la escritura de guiones originales para centrarse en las adaptaciones de textos ya escritos.
Igee.
Vera nunca se preocupó de casarse ni llevar una vida convencional. Tal vez en la adolescencia, donde el patrón del amor romántico era el único que se enseñaba. Pero tan pronto como empezó a trabajar y a escribir, sus preferencias fueron otras. Eso no quita para que tuviese varios amigos y amantes durante su juventud, pero sin la necesidad de buscar una pareja duradera.
Igge llegó a ella sobrepasados los 40. Tal vez por ello fue una historia de amor madura y sincera. Pasaron separados casi toda la Segunda Guerra Mundial, debido a que poco después de conocerse él fue llamado a filas. Había nacido en Austria, pero había emigrado a Gran Bretaña en 1932 y fue el país que le reclamó apoyo. Vera cruzó el Atlántico en barco para visitarle en Europa en plena contienda tras trece meses sin verse. En 1946 él pudo regresar a EE.UU. para vivir con ella, y finalmente en 1948 se casaron tras años viviendo juntos. Permanecieron unidos hasta la muerte de él en 1964.
La vida de una luchadora.
Resulta imposible resumir la vida de Vera Caspary en tan solo unos párrafos. Todo lo que vivió, todos los lugares que visitó, las personas a las que conoció. Quizá lo más destacable de su autobiografía sea esas ganas de luchar y que en pocos momentos la derrota pudiese con ella. Tal vez tan solo su aparición en la lista negra por comunista fue algo que la hizo flaquear. Peleó por modificaciones en sus guiones, por hacer comprender el trasfondo de sus novelas, por crear personajes femeninos que perdurasen y que mostrasen el momento que le tocó vivir.

Nunca se sometió a nada ni a nadie. Luchó por defender sus ideas, por trabajar y por hacer un buen trabajo. No le importaron la fama ni el dinero, aunque siempre aprovechó los beneficios obtenidos para cuidar de los suyos mientras estuvieron, y para disfrutar cuando ya no estaban. Cuando Igee falleció regresó a Nueva York, su hogar de adopción, donde había vivido sus mejores años, y siguió escribiendo hasta el fin de sus días.
Como expone al final de su autobiografía, nunca se arrepintió de haber nacido mujer. Llegó a este mundo en el momento idóneo. Su existencia no habría sido igual si hubiese venido al mundo quince o cincuenta años antes. «Este ha sido El siglo de las Mujeres y me siento afortunada de haber sido parte de esa revolución. […] Quienes vengan después de nosotras pueden encontrar más fácil afirmar su independencia, pero se perderán la gran aventura de haber nacido mujer en este siglo de cambios.»
*Este texto está basado en la autobiografía de Vera Caspary «The Secrets of Grown-Ups», publicada en 1979.
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